La verdad es que Silvita Kohan nunca estuvo realmente
enamorada del Tano. Él sí de ella. Como un loco —como los tanos. Y cuando ella
le insinuó que “necesitaba un tiempo”, el Tano se enardeció de furia, estaba
como desesperado. No podía resignarse e hizo volver a Silvita, pero ella es de
una sola pieza, aburrida pero noble y lo que sentía, lo sentía, sin vuelta
atrás. Una y otra vez le dijo al Tano que no estaba segura de lo que sentía por
él. El Tano fue aceptando, golpe a golpe, y al fin la dejó ir, como quien
resigna un tesoro que le llegó por equivocación, cuando el verdadero dueño lo
reclama.
Vi a Silvita los otros días. Era claramente la Silvita sin
el Tano. Charlamos un rato. Me dijo: “estoy más tranquila, sí, más estable. Ya
no tengo esos incendios del Tano, que prendía fuego la casa… Estoy bien en mi
trabajo, los martes salimos con mis amigas, me fui de vacaciones a San Luis… Mi
vida se parece más a lo que soy. Y estoy aburrida. Nunca estuve enamorada del
Tano, pero me muero de aburrimiento sin él”.
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