Una de las notas del Nº0 de la revista Dang Dai era un tema
que Camilo Sánchez tenía en su carpeta: una argentina estaba teniendo un rol
muy activo en la difusión del psicoanálisis en China. Era la analista Teresa
Yuan, hija de una argentina de origen libanés y un chino.
Camilo la entrevistó, estableciendo una relación que
tendríamos con ella desde entonces, para conocer el detalle de sus numerosos
viajes a China y para ser amigos.
En mi caso personal, conocer a Teresa tiene un gusto a
encuentro de hermanos separados a la edad de la que no se tiene memoria, dado
que compartimos la condición de mestizos chinoargentinos. No hay muchos como
nosotros, mucho menos de nuestra edad. Hemos compartido nuestra experiencia en
espejo —el de ella unos años delante de mí.
Este año Teresa escribió el registro de su trabajo como
introductora del psicoanálisis en China, algo que parece una labor
estrambótica, destinada a confrontar irresistibles incógnitas como la
universalidad del psicoanálisis o algunas formulaciones de Lacan sobre la
psique de los chinos, y a poner en evidencia el lugar central de la Argentina
en el mapa del psicoanálisis global.
Fui invitado a integrar la mesa que presentó el libro en la
mítica APA (Asociación Psicoanalítica Argentina). A continuación, el texto que
leí en aquel momento.
Ricardo Piglia es un gran
ocurrente. Todo el tiempo se le están ocurriendo esquemas, máquinas, aparatos,
muchos de los cuales son buenos para ver. Son claves. Tienen poder explicativo.
Las de Piglia son claves fértiles, siguen descorriendo velos durante mucho
tiempo.
Una vez se puso a armar la
hipótesis de que en la literatura hay dos tipos de viajes. Uno es el que se da
en el despliegue físico sobre el territorio, sobre el mapa. El protagonista
sale de su país, atraviesa un río y entra en otro país, que es fundamentalmente
otra lógica. Una lógica que él no comprende, y esto es lo que transforma la
realidad en una serie infinita de sucesos impredecibles. Por eso, este tipo de
viaje se asimila a la aventura. El protagonista anda a los saltos, superando
cosas que le salen al paso y él no comprende. Luego atravesará otro río y
entrará en otro país, y así.
Piglia sitúa este primer
viaje en la literatura norteamericana. En la francesa se desarrolla el otro
viaje, que es una suerte de opuesto al anterior. El sujeto no necesita moverse.
No se mueve. Porque el viaje es hacia el interior. De algún modo, es una
propuesta similar a las novelas de Sherlock Holmes, en las que el detective,
sentado en su gabinete chupando la pipa, montado en su razonamiento va trepando
por el camino de la verdad hasta descubrirla. Es también el modelo de los
antropólogos de fines del siglo XIX, que formulaban ampulosas teorías sobre la
Humanidad en su biblioteca de Oxford, donde recibían objetos y cuentos de
lugares remotos.
Y es el viaje de Edipo
—inevitable de omitir en este ámbito,. Un viaje que empieza con la cándida
ilusión del final anunciado, saber quién es uno.
A mí me fascina que Teresa
Yuan haya emprendido su viaje, el viaje de su vida. Las dos categorías de
Piglia le sirvieron para armar su viaje, como le sirvió la casualidad, la
pasión, algún benefactor en Argentina, otro en China. Como le sirvió su
profesión. Y como le sirvió la distancia extrema, la mayor en el planeta, entre
Argentina y China. Esa distancia máxima, hecha de kilómetros, de idiomas, de
idiosincrasias, fue alimento de su viaje.
El coraje de Teresa me
fascina y me produce una admiración mayor. Me admira ella y me admira lo que
alguien es capaz de construir y legarle a los demás en el empeño absurdo,
inexplicable, irracional que es la búsqueda humana del origen.
Dos mitades de chinos entre
Abel Fainstein, presidente de la Federación Latinoamericana de Psicoanálisis, y Leticia Glocer Fiorini, presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina. |