Adoro Chile por su tipo de singularidad. Es parecida a la del
tango, la de Woody Allen o la de los canguros; antes decía el fanfarrón:
"me hicieron a mí y rompieron el molde".
Pareciera que nada de Chile se repite en ningún otro lugar. ¿Dónde
más se le llama "botillería" al local de venta de bebidas,
"raja" al culo y se pregunta "cachai" para confirmar que se
es entendido?
Chile es única como todas las islas, sin ser una isla. La
gente tiene una homogeneidad asombrosa y todos se conocen o creen conocer.
Inmediatamente se llama a las personas por su nombre de pila, el Marcelo, la
Elizabeth —o por el apodo, el Pato, el Pillín.
Por una de la trama de peatonales alrededor de la Plaza de
Armas de Santiago encontré que vendían "ropa de Alemania y Estados
Unidos". Compré una camisa Nautica por 2.000 pesos. Dos cuadras más allá
entré en un baño público que me costó 450 pesos. Cuatro meos, una camisa de
primera marca. Esa relación de precios
no la vi en ningún otro lugar.
La capital es famosa por su smog. Ayer, al salir del
subterráneo, el Metro, en la estación Los Héroes, que da a La Alameda, los ojos
me ardieron feamente. "Esto es peor que el DF", pensé, pero al rato descubrí
el olor a gas lacrimógeno. Recordé en ese instante que los estudiantes —a
quienes se llama "pingüinos" como en ningún otro país del mundo—
hacen sus protestas en esa avenida. Más tarde, efectivamente, habríamos de
confirmar que una manifestación fue reprimida.
Es singular de Chile en este momento, que los estudiantes
lideren el movimiento que deberían haber impulsado los partidos políticos o los
empresarios, los sindicatos, otras organizaciones de adultos: el de la
gratuidad de la educación. Y esa potencia y protagonismo en la que ha ido a
resucitar el mayo francés, que todos los estudiantes del mundo deberían emular,
además es apoyada por el Gobierno. Estos días escuché al ministro de Desarrollo
pedirle a los jóvenes que banquen las medidas que tomará el Gobierno para hacer
la educación gratuita. Escuché a ese altísimo funcionario confesar que sigue a
los jóvenes. Cuando un Gobierno está orgulloso y tiene verdadera fe en sus
jóvenes, las cosas están en orden.
La pronunciación del habla castellana también es muy especial.
Podrá uno confundirse cuando escucha hablar a otro latinoamericano, pero en
cuanto un chileno abra la boca, nadie tendrá duda de que es chileno.
Transforman, por ejemplo, la sh en ch. Dicen "chow de
televisión". La presidenta Bachelet, cuando quiso decir
"gracias" en chino, en lugar de pronunciar shie shie, dijo chie chie.
Sus estudiantes le gritaban a los policías (que en Chile, sólo en Chile, tienen
el amedrentador nombre de carabineros): "Paco, escusha, tucha es mi
lusha".
Hay que ir a Chile cada tanto y darse una biaba de chilenismo,
de esa singularidad irresistible que no se halla en ningún otro lugar.
•••
En estas fotos podrán ver el afán del fotógrafo añejo de
hallar imágenes pintorescas. Sepan disimular.
Puente de la calle Huérfanos sobre la autopista. |
Gato y Ángeles, tremendos compañeros de gira. |
Valparaíso, tierra mía. |
Primer ministro Li Keqiang, presidenta Michelle Bachelet. |
Aniversario de Cruzando el Pacífico con Ángeles, Mariana y Elvira. |
Con Sun Xintang, Coordinador del Centro Regional de los Institutos Confucio de América Latina. |
En Valparaíso, tras conferencia de Su Xintang organizada por el Instituto Confucio de la Universidad de Santo Tomás. |
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