Conocí a un tipo, no una chica, no una mujer romántica, un tipo que
era trabajador del Estado, padre de familia, que cumplía todas las
obligaciones, estaba en regla con todo, pero el sentido de su vida lo tenía
en secreto: sólo quería vivir un amor como el de Rolando Rivas, taxista.
El resto de su vida era cosa de los demás,
futuro alimento de gusanos, hojarasca, motivo de alienación. Él quería vivir
muriendo de amor.
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