En la hora de la victoria en las elecciones del 27 de octubre, se oían gritos "¡No vuelven más!", o más prudentemente, "¡se van!"
Pero en el escenario de los triunfantes, Axel Kicillof, uno de los que más ganó, se tomó interminables minutos para explicar las dificultades económicas en que estamos, cómo llegamos a esto y quiénes nos trajeron hasta este desastre.
Pinchaba el globo, Axel, cortaba por la mitad el grito de deshahogo.
Pero casi todos pensaban igual que él. Las advertencias contra el triunfalismo, que decían "cuidado con ilusionarse con que se van", fueron rápidamente confirmadas en Chile, con unas fuerzas de seguridad desatadas como hienas hambrientas, y en Bolivia, con un golpe de Estado ejecutado por un aparato con ramificaciones en todo el continente.
No se fueron, están acá, sin el gobierno institucional en Argentina, pero más radicalizados que nunca. El odio a los pobres en Argentina está hecho de la misma materia que mueve a los carabineros a dar patadas y palazos y a los golpistas bolivianos a agredir a los indios blandiendo una cruz.
Esa bestia está enardecida. Ahora se agazapa en Argentina, mientras toma el poder en Bolivia, lo revolea en Brasil y destroza cuerpos en Chile como en la época en que estaba vivo su macho.
Con esa bestia tenemos que vérnosla.
Esa bestia es la que amenaza a nuestros cachorros.
Y no son cualquier generción: son una camada de oro. Se criaron con el idealismo convertido en realidad, en Venezuela, en Ecuador, en Uruguay, en Brasil, en Chile, en Paraguay, en Argentina.
Dénse vuelta y mírenlos, son los chicos que tuvieron tablets, los nietos de las viejas que recibieron la justicia de la jubilación universal, las chicas que tomaron las calles como leonas para que ni una más muera violada o muriera en un aborto clandestino; son los chicos que salieron a la calle con una consciencia que estaba más allá de ellos, cuando el Gobierno quiso imponer el 2 x 1 para beneficiar a sus asesinos.
Y son los chicos que se levantaron en Chile. Se han erigido como una montaña de dignidad. El plan del Imperio es convertir Latinoamérica en un campo de Estados nacionales en disgresión eterna. La fuerza del Imperio, con sus bestias locales, es tremenda. Pero la fuerza de estos chicos es impredecible. Chile lo está probando. La decencia que apenas se insinuó en Argentina en las elecciones del 27 de octubre es insondable.
Yo observo a mis chicos y no sé hasta dónde son capaces. Sí presiento que son mucho más fuertes que sus padres, los hijos de la Dictadura del 76.
Invito, dada esta situación, a la gente de mi edad, a los que somos padres y abuelos, a poner los años que nos quedan, a disposición de los pibes.
No nos van a traicionar.
Son gente maravillosa.
Démosle nuestros brazos, nuestros sentimientos, nuestra experiencia, nuestra inteligencia, las mutilaciones que sufrimos, los fracasos que nos traumatizan, para que ellos construyan una realidad que tendrá como materia la solidaridad.
Una realidad que durará diez mil años, y que tendrá en su subsuelo, viva pero del tamaño de un insecto, a esta bestia que hoy los amenaza.
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