sábado, 30 de noviembre de 2019

El juramento de mi tía Irma



Mi tía Irma no era maternal en el sentido de la mamá del monumento a la Madre en el Día de la Madre, buena, con niños, esposa abnegada, toda esa perversión.
Mi tía Irma era maternal en lo derecha que era.
Cuando se iba a dormir, pensaba en algunas personas que estaban enfermas o desdichadas.
Tenía un sentido fuerte de la desdicha porque era enfermera del hospital de San Nicolás, adonde iban a parar los apuñalados en una pelea, los niños de tres años que se tiraron una sartén de aceite hirviendo encima, las viejas que se habían quebrado la cadera bombeando agua, la mujer a la que el marido le había partido cuatro costillas a trompadas.
En ellos pensaba mi tía. Y también en personas queridas, que no la pasaban tan mal, pero que eran cercanas. En una tía que había enviudado hacía poco, en una sobrina que le daba demasiado trabajo a sus padres, en una amiga que se había enamorado de un hombre casado.
Revisaba la situación de cada uno, sopesaba alternativas para una solución, le pedía a Dios que ayudara a esta o aquella persona.
Al día siguiente, si se le había ocurrido algo que ella pudiera hacer, lo hacía.
Así era como le deseaba el bien a otras personas.
Yo tuve la suerte de que una parte de mí estaba dentro de esa tía.
Soy plenamente consciente de que mi vida ha marchado bien porque esa tía me deseó que me fuera bien.

En once días empezará un nuevo gobierno.
Yo estoy a favor de éstos que ganaron, porque su idea de sociedad puede permitir la solidaridad más que el gobierno que está terminando, que favorece más el bienestar de cada uno sin pensar que ese bienestar sólo puede ser completo si otros también están bien, especialmente las personas queridas.

Mi tía Irma era enfermera, había hecho un juramento con el que estaba enteramente comprometida y deseaba que la gente estuviera bien.
No hace falta mucho más que eso.
Y quiero decirles, hoy que mi tía Irma está muerta hace muchos años, que eso solo es una revolución.


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