Pensar las circunstancias en que se desarrollan nuestra vida es una manera de ganar poder de decisión sobre nuestras vidas.
La pandemia de COVID19 es la gran circunstancia actual.
Quiero compartir algunas impresiones de un artículo del antropólogo canadiense Wade Davis que tuvo mucha repercusión, especialmente en Estados Unidos. Seguramente muchos de ustedes lo habrán leído.
Discrepo con casi todos los fundamentos ideológicos de este hombre, pero coincido en la construcción de gran parte de los datos que presenta.
Lo que Wade observa de la pandemia es el modo en que revela “el desmoronamiento de América” (Estados Unidos). Ese es el título de su trabajo, publicado en agosto del año pasado en la revista Rolling Stones.
Observa que el COVID-19 ataca “los cimientos culturales de nuestras vidas, la caja de herramientas de la comunidad y la conectividad que es para el ser humano lo que las garras y los dientes representan para el tigre.”
Anticipa que “la importancia histórica de COVID no radica en lo que implica para nuestra vida diaria”, porque “la gente se adaptará, como siempre lo hemos hecho. La fluidez de la memoria y la capacidad de olvidar es quizás el rasgo más inquietante de nuestra especie. Como lo confirma la historia, nos permite aceptar cualquier grado de degradación social, moral o ambiental.”
En cambio, habla del “impacto absolutamente devastador que la pandemia ha tenido en la reputación y el prestigio internacional de los Estados Unidos de América.”
“COVID ha reducido a jirones la ilusión del excepcionalismo estadounidense”, dice y revela que “los estadounidenses se encontraron miembros de un estado fallido”.
Ofrece este fuerte argumento: “Por primera vez, la comunidad internacional se sintió obligada a enviar ayuda humanitaria a Washington. Durante más de dos siglos, informó el Irish Times , ‘Estados Unidos ha provocado una amplia gama de sentimientos en el resto del mundo: amor y odio, miedo y esperanza, envidia y desprecio, asombro e ira. Pero hay una emoción que nunca se ha dirigido hacia Estados Unidos hasta ahora: lástima’. Mientras los médicos y enfermeras estadounidenses esperaban ansiosamente el transporte aéreo de emergencia de suministros básicos desde China”.
A partir de esta afirmación, hace un repaso del ascenso que había tenido el imperio norteamericano durante el siglo XX.
“A raíz de la guerra, con Europa y Japón en cenizas, Estados Unidos con solo el 6% de la población mundial representaba la mitad de la economía mundial, incluida la producción del 93% de todos los automóviles. Tal dominio económico dio origen a una clase media vibrante, un movimiento sindical que permitió que un solo sostén de familia con educación limitada tuviera una casa y un automóvil, mantuviera una familia y enviara a sus hijos a buenas escuelas. No era de ninguna manera un mundo perfecto, pero la abundancia permitía una tregua entre el capital y el trabajo, una reciprocidad de oportunidades en una época de rápido crecimiento y disminución de la desigualdad de ingresos”.
Desde aquel momento que considera de esplendor, comenzó la decadencia que revela hoy la pandemia. Una de las bases del ocaso es que desde aquel momento Estados Unidos mantuvo su belicosidad a escala planetaria.
“Las tropas estadounidenses están desplegadas en 150 países. Desde la década de 1970, China no ha ido a la guerra ni una sola vez; Estados Unidos no ha pasado un día en paz. El presidente Jimmy Carter señaló recientemente que en sus 242 años de historia, Estados Unidos ha disfrutado de solo 16 años de paz, lo que la convierte, como escribió, en "la nación más belicosa de la historia del mundo". Desde 2001, Estados Unidos ha gastado más de $ 6 billones en operaciones militares y guerras”.
Y “mientras Estados Unidos vigilaba el mundo, la violencia volvió a casa. El día D, 6 de junio de 1944, la cifra de muertos aliados fue de 4.414; en 2019, la violencia doméstica con armas de fuego había matado a tantos hombres y mujeres estadounidenses a fines de abril. Para junio de ese año, las armas en manos de estadounidenses comunes habían causado más bajas que las que sufrieron los aliados en Normandía en el primer mes de una campaña que consumió la fuerza militar de cinco naciones.”
Además de su construcción como Nación guerrera, Wade encuentra que el hundimiento de los Estados Unidos como imperio y como nación líder del mundo está profundamente relacionado con la apoteosis del individualismo.
“Más que cualquier otro país, los Estados Unidos en la era de la posguerra enaltecían al individuo a expensas de la comunidad y la familia”, asegura, y explica que “lo que se ganó en términos de movilidad y libertad personal se produjo a expensas del propósito común.”
El desbalanceado peso del individualismo explica la ausencia de compensaciones en la distribución de los bienes. “En la raíz de esta transformación y declive se encuentra un abismo cada vez mayor entre los estadounidenses que tienen y los que tienen poco o nada. Las disparidades económicas existen en todas las naciones, creando una tensión que puede ser tan perturbadora como injustas las desigualdades. En cualquier contexto, sin embargo, las fuerzas negativas que desgarran una sociedad se mitigan o incluso se silencian si hay otros elementos que refuerzan la solidaridad social: la fe religiosa, la fuerza y la comodidad de la familia, el orgullo de la tradición, la fidelidad a la tierra, un espíritu de lugar.”
“El culto estadounidense al individuo”, agrega, “niega no solo la comunidad, sino la idea misma de sociedad. Nadie le debe nada a nadie. Todos deben estar preparados para luchar por todo: educación, refugio, comida, atención médica. Lo que toda democracia próspera y exitosa considera derechos fundamentales: atención médica universal, acceso equitativo a una educación pública de calidad, una red de seguridad social para los débiles, los ancianos y los enfermos, Estados Unidos lo descarta como indulgencias socialistas, como si fueran tantos signos de debilidad.”
Wade sostiene que hoy “se demuestra que todas las viejas certezas son mentiras”, que “la promesa de una buena vida para una familia trabajadora se hace añicos” y “las fábricas cierran y los líderes corporativos, cada día más ricos, envían trabajos al extranjero”. En estas circunstancias, “el contrato social se rompe irrevocablemente. Durante dos generaciones, Estados Unidos ha celebrado la globalización con una intensidad icónica, cuando, como cualquier trabajador o trabajadora puede ver, no es más que capital al acecho en busca de fuentes de trabajo cada vez más baratas.”
Ilustra la injusticia social que socava a la sociedad norteamericana de este modo: “el salario base de los que están en la cima suele ser 400 veces mayor que el de su personal asalariado, y muchos ganan órdenes de magnitud más en opciones sobre acciones y beneficios. La élite del uno por ciento de los estadounidenses controla 30 billones de dólares en activos, mientras que la mitad inferior tiene más deudas que activos. Los tres estadounidenses más ricos tienen más dinero que los 160 millones más pobres de sus compatriotas. Una quinta parte de los hogares estadounidenses tiene un patrimonio neto cero o negativo, una cifra que se eleva al 37 por ciento para las familias negras.”
El antropólogo concluye que COVID-19 “no humilló a Estados Unidos; simplemente reveló lo que había sido abandonado durante mucho tiempo.”
Hasce esta descripción: “A medida que se desarrollaba la crisis, con un estadounidense muriendo cada minuto de cada día, un país que una vez produjo aviones de combate por horas no pudo lograr producir las máscaras de papel o hisopos de algodón esenciales para rastrear la enfermedad. La nación que derrotó a la viruela y la poliomielitis, y lideró el mundo durante generaciones en innovación y descubrimientos médicos, se redujo al hazmerreír cuando el bufón de un presidente abogó por el uso de desinfectantes domésticos como tratamiento para una enfermedad que intelectualmente no podía comenzar. comprender.”
Completa el vergonzoso cuadro refiriendo que “con menos del cuatro por ciento de la población mundial, Estados Unidos pronto representó más de una quinta parte de las muertes por COVID. El porcentaje de víctimas estadounidenses de la enfermedad que murieron fue seis veces el promedio mundial.”
Así, se llega a un estado que parece difícil de revertir, en el que “Trump es menos la causa del declive de Estados Unidos que un producto de su descenso. Mientras se miran al espejo y perciben solo el mito de su excepcionalismo, los estadounidenses siguen siendo casi extrañamente incapaces de ver lo que realmente ha sido de su país.”
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