Otra amiga me cuenta de su abuelita, de 92 años. Está en un geriátrico. Justo entró cuando empezó la pandemia, “y eso fue trágico”, me dijo mi amiga, “porque ella tiene mucha necesidad de contacto. Cuanto más viejita se pone, más se parece a un niño. Necesita mimos, necesita que estén con ella, que la toquen, que no se vayan. Y en el año que lleva ahí, su mente se fue deteriorando, cada vez está más vulnerable y por la pandemia podemos verla muy poco”.
Mi amiga me contó que los otros días “mi tía la retó porque ella no sabía quién era yo. A veces reconoce, pero a veces no. Mi tía le preguntó: ‘¿Sabes quién es?’ y ella le contestó: ‘No. No sé quién es, pero es alguien que me hace sentir feliz’”.
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