Son lindas las imágenes edulcoradas de los padres. Un papá metiéndose dentro del moisés de su bebé que no se quiere quedar solo, otro disfrazado de flor, haciendo el ridículo para que su hijita no se sienta expuesta solita en un acto escolar.
* * *
Mi hijo me ha traído con osadía el cuestionamiento de la figura del padre, cuando yo le dije que se estaba comportando como una madre.
— No es lo mismo —le dije—. Un hijo vive en el agua de la madre y tiene que robarle el fuego al padre. Eso es lo que lo constituye como persona.
— Comprendo lo que decís —me dijo—, y sé cuáles son tus fundamentos, pero ¿sabés qué? Me parece una fe. Es tu fe en el psicoanálisis y en el análisis simbólico y todo eso. No tengo por qué atenerme a tus supersticiones.
* * *
No sé por qué me dio por observar cómo eran los padres entre los Wichi con los que conviví algunos meses en la selva de Formosa. Eran indios bastante de verdad. No hablaban español.
Como antes hubiera traído de una cacería, uno llegó con unos kilos de carne de la ciudad (se llegaba a la ciudad con un viaje en tractor de 15 horas). Hicieron un asado. Primero comieron los hombres, después le daban huesos con mucha carne a las mujeres, y al final las mujeres le daban huesos con un poquito de carne a los chicos, que andaban todo el día royendo los huesos y pateando los perros que se los querían disputar.
Era una estrategia despiadada, pero la que mejor garantizaba la supervivencia del grupo.
Los hijitos del que había traído la carne se nutrían de lo que había hecho su padre para conseguirla. Comían la vida de su padre. Si el padre no hubiera conseguido la carne, lo hubieran pasado mal.
Conocí a un padre que se fue a vivir a un cerro, en Córdoba. Su hijo de 14 años se quedó en la ciudad con su madre. Yo lo llevé a visitar a su papá, un par de años después. Él no había ido. Su papá vivía como un croto, muy bohemio, plenamente artista. Vivía con otras personas.
Conocí a otro padre que era muy hijito de su mamá. Su
mamá lo crió diciéndole que era el mejor nene, el mejor alumno, el más
especial, el más inteligente. Lo crió como a un privilegiado, por arriba de su
marido, de su familia, de todos los amiguitos de su hijo. Hoy, a los 60 años,
en una casa modesta, él tiene una pieza a la que llama “escritorio”, adonde es
el rey. Allí todo es lujoso y no deja entrar ni a su esposa ni a sus hijos. Una
vez que descubrió que uno de sus hijos entró, le dio una paliza.
Nuestros hijos crecen con la vida de sus papás, hagamos lo que hagamos los papás.
Crecen con lo que les damos y, sobre todo, con lo que ellos toman de nosotros, nuestros deseos inconfesables, nuestras hazañas de integridad, nuestras mentiras, nuestros actos nobles, nuestro aburrimiento, nuestros entusiasmos, nuestros vicios, nuestro amor, nuestros aciertos, nuestros fracasos, nuestras pasiones.
* * *
Mi novela “La intimidad de las islas” tiene el capítulo que sigue.
PADRE E HIJO
Dice el hijo del padre
Anoche llamé a mi papá.
Debería llamarlo más seguido. Está grande.
Debería llamarlo nada más para escucharnos, estar juntos
unos minutos. Darle eso.
Anoche resultó crudo que no tuviéramos nada que decirnos.
Era como si no hubiera nada entre nosotros.
Era como una de las rocas que vi en el archipiélago fueguino, en un paisaje infinito de rocas peladas, lisas, brillantes, sobre las que llueve torrencialmente cada día del año desde hace cien mil años.
Traté de acercarme a mi papá, hace un tiempo.
Tuve un recuerdo de cuando yo era muy chico. Jugábamos, él me abrazaba muy fuerte.
Hace poco alguien me dijo “tomá té, vos que sos chino”, y pensé, “¿en qué sentido soy chino?” Me han puesto de sobrenombre “Chino” toda mi vida en cada lugar al que llegué,
y luego quise ser chino, quise acercarme a mi papá. Fui a conocer su pueblo, del otro lado del mundo; hice muchas cosas.
Cuando les hablaba de nuestro origen chino a mis hijos, ellos me miraban como diciendo, “ah, hoy te disfrazaste de canguro”. Yo lo acepté. Tenían razón.
Sin embargo, después de todo eso, ahora cuando llamo a mi papá, no tenemos nada para decirnos.
Busco en mi cabeza algún tema, trato de inventar algún
recuerdo, pero sé que no va a resultar para llenar el vacío de la charla.
El padre mira al hijo
Podés hacer lo que quieras de tu vida, hijo.
Sos un pibe que se llena de inspiración.
El entusiasmo se expande en vos igual que nace un día, y sos pura fuerza, como un caballo en el momento en que salta.
Te admiré siempre.
Me hiciste tan feliz.
Siempre vi en vos los ojos de Dios.
Cuando eras chico, jamás dudaste de quién eras.
Eras, nada más.
Andabas con la ropa que te ponían, con tu pancita, tus pelos chuzos.
Cuando te enfermabas, llorabas y te cuidábamos, y no había más que eso.
Cuando querías algo, lo pedías.
Ahora ya no.
Sólo te pido que no te dejes tratar mal.
No te quedes junto al que no valore lo que sos. Sos un animal hermoso.
No busques a quien te use.
Te di todo, y eras feliz.
No permitas que alguien te desprecie, no dejes que alguien quiebre a mi pibe.
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