La canción que más escuché una vez que este viaje se me empezó a hacer largo fue In the Mood for Love.
Primero la ponía en Spotify.
Luego ya empezó a sonar sola.
Todo el tiempo.
La escuchaba cuando andaba por los largos trayectos de conexión de una estación de subte a la otra —interminables pasillos, escaleras altas; más pasillos, más escaleras, gente y gente, toda la gente parecida entre sí, todos desconocidos.
¿Recuerdan el tema? El tiempo vuelve a empezar. Tiene ritmo de vals. El vals es eterno. Y andar por los pasillos y escaleras que conectan estaciones de subte es como un sueño que no termina.
Se anda y se anda, buscando algo, esperando encontrar a una persona en particular, con quien sucederá algo, algo como una puerta que se abre, y entramos y nos encontramos en un lugar lejano, y vivimos algo que nos hace ser dos personas que no éramos, pero que seguiremos siendo en un lugar recóndito de nuestro interior una vez que esto haya otra terminado.
Porque esto está destinado a terminar.
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