Los españoles que descubrieron Argentina sintieron un asco inmanente por los indios que encontraron aquí.
Cuando trajeron negros del África, los aborrecieron también, como demonios.
Este desprecio sustancial y afirmado se extendió a los mestizos, los mulatos, el gauchaje.
Cuando crecieron las ciudades, pasó a los villeros, los inmigrantes de Bolivia, Chile, Paraguay, Perú.
Un asco cargado de una mezcla de horror, miedo y odio visceral hacia la muchedumbre y hacia los pobres.
Es una sensación que nació con el primer europeo que hizo contacto con los nativos y sigue hasta hoy.
El blanco de la repugnancia y el impulso violento de hacerlos desaparecer son los peronistas.
En los peronistas están los indios, los negros, los muchos, los villeros, los bolivianos, los pobres que amenazan con invadir y robarle todo a la gente decente.
“Lo que siempre fue lo mismo será, lo que siempre hicieron repetirán”, lee Vox Dei en la Biblia.
¿Nuestro pasado es nuestro destino?
¿No podemos escapar de nuestro pasado?
¿Estamos condenados a repetir el pasado?
¿El pasado es nuestra fatalidad?
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