Uno de los temas por lo que me da pena morirme es que no voy
a poder seguir viendo esa película All
that jazz.
Uno de los éxitos más fuertes que tiene en mi interior es
que me puedo identificar con el director que siente que la película no está
terminada, que es una porquería, que puede conservar algunas cosas, pero que
tiene que hacerla toda entera de nuevo.
Entre aquellas cosas que puede conservar hay productos de la
inspiración que no son inventos de él, sino que le han llegado desde otro
lugar.
Por ejemplo, la escena final en que está despidiéndose de
todas las personas de su vida, que están en las gradas viendo el espectáculo
final.
Todos los saludan felicitándolo por su vida, pero su hija,
de 11 o 12 años, lo abraza llena de dolor y no lo deja ir.
Entonces hay un flash de la cara de la Muerte observando la
situación.
Recuerdo que la muerte era la bella Jessica Lange. Era una
muerte hermosa, que el protagonista había perseguido toda su vida.
La idea recalcada de “el eterno Enamorado de la Muerte” es
una de los ingredientes más descartables de la película, y sin embargo, la
mirada de la Muerte ante la nena que sufre la muerte de su papá, una mirada que
es a la vez cruel y humana, sufre por la nena, reprocha al tipo “te hubieras
cuidado un poco, idiota, y no dejarías a tu hija sin padre”, es algo que espero
retener una vez que me haya ido yo.
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