Le tengo miedo a los crotos. Me resultan amenazantes y me
causan horror. Tengo miedo de que me hagan cualquier cosa, porque sé que no
tienen límites. O tengo miedo —y este miedo es peor— de que
hagan cualquier cosa. Apenas los veo me golpea un susto.
¿Y por qué? Creo que son mi infierno tan temido: deambular
sin que nadie te vea, como un fantasma. Sin que nadie te devuelva una imagen de
vos. Borges se espantaba con los espejos (“Los espejos y la cópula son
abominables, porque multiplican el número de los hombres”). No sé si alguna vez
se habrá puesto a pensar en el estado de deshumanización en que se hunda quien
no se ve reflejado en otros. Uno se viste frente al espejo, se comporta ante el
juicio de los demás; uno es en esa construcción entre el cuerpo propio y lo que
lo que los demás ven de sí. Por eso cuando se disuelven los espejos uno sale a
la calle vestido de cualquier forma, hasta perder todo aseo y toda vergüenza, y
hace cualquier cosa.
Es interesante que los chicos se disfracen para la zombie
walk. No encontrarían mejor inspiración que en alguno de los paradores
nocturnos donde fui a dar los talleres de cuentos.
en mi pueblo había un croto que se llamaba Calixto. Ahora, la que le tiene miedo al espejo soy yo. Qué dos pensamientos extraños
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