Los dueños de casa y la novia de su hijo habían preparado sushi.
Año nuevo con comida de los mares de Japón, con algunos que, vestidos de
blanco, habían traído los mares entre Brasil y África, los del rito de apoyar
en la orilla las balsitas con velas y flores para que los muertos queridos las
reciban en el más allá.
Fiesta en paz. Sin petardos ni gritos, ni compromiso
familiar, ni tensión familiar, ni cumbia, ni desborde de comida, ni bajón, ni
calor pegajoso.
Charlamos.
Con mi amigo, el esposo, hablamos de una revista que
hacíamos, en los últimos tiempos de la dictadura militar. El hijo estaba
impresionado porque yo podría haber muerto en la Guerra de Malvinas. Él leyó
sobre la guerra en la secundaria. No sé si habrá leído mi hija. Nunca
hablé con ella de la guerra. Ahora es la fiesta de Año Nuevo y yo la habría
pasado solo si mi amigo y su esposa no me hubieran insistido en que viniera. No
conseguí hacer una familia, que en este momento armara una fiesta de mucha
gente, recibiendo amigos y parientes, un lugar adonde ir. Quizás algún día lo
consiga. Ayer leí ese detalle romántico, un chico que le escribía a una chica “subamos
a mi departamento. Podés quedarte a tomar un café o quedarte para toda la vida”.
El hijo y su novia se acaban de ir a vivir juntos. Él está
más sólido. No se le escapa la sonrisa enorme como a ella, pero irradia una
alegría pura. Lo tengo al lado mío y siento esa vida. Cuentan esas pequeñas
anécdotas, que compraron un mueble para los zapatos, que era para armar y que
cuando se pusieron a armarlo, era increíblemente complicado.
Nos reímos de que al hijo le costara, porque acaba de
doctorarse en Física. Razonamos que hay infinitas inteligencias. Fuimos a parar
al tema del lenguaje. Hablamos de las personas que a poco estar en un entorno
de otro lenguaje ya comprenden de qué se habla. “Lo saben sin saber por qué”,
dijo el hijo, y agregué que es la misma situación de los chicos, cuando
aprenden el primer lenguaje. Coincidimos en que hay inteligencias políglotas y
otras inútiles para aprender otras lenguas, y los anfitriones comenzaron a
contar anécdotas de las dificultades de mi amigo con el inglés. Recordaron
cuando en Estados Unidos un amigo le dijo “che, no estás hablando inglés, estás
gritando en español con acento de norteamericano que habla mal el español”. Luego
él mismo contó de un personaje muy personaje que viajó con periodistas que
hablaban inglés y se rieron porque lo vieron en la calle tratando de comprarle
algo a un vendedor. Cuando llegaron al hotel lo burlaban reconstruyendo
la escena. “Negro, ¿jáu moch la rana?”, decían que dijo y se divertían, y
entonces el personaje les tiró la rana arriba de la mesa. “Ahí la tienen. Y la
pagué lo que quise. Y aún no sé cómo se dice rana en inglés”.
El hijo comentó que los portentos que algunos autistas
realizan con su mente quizás no sean portentos; que lo serían si para alcanzar
los milagrosos resultados que alcanzan, utilizaran el algoritmo que conocemos, “pero creo que llegan por otra vía”. “Quizás por ahí anda el tema de cómo es
posible que los chicos aprendan a hablar”, dijo su mamá.
A la mañana yo había llegado de otro país, adonde viajé para
saludar en su cumpleaños a una chica: Estuvimos muy juntos los últimos años,
luego ella quiso seguir su camino sola.
Con mi amigo comentamos que Spinetta era estrambótico, que
tal vez quería serlo, pero que eso no tiene importancia; que nadie ha podido hacer
una versión de sus temas, porque o queda mal imitando su rareza o los achata, pero
ahora aparece Liliana Herrero, haciendo una versión magnífica de La bengala perdida. Decimos que la versión resulta tan buena porque Liliana Herrero es igual de extravagante (“estrafalaria”, es la palabra
que usamos).
Las explosiones de los petardos nos avisan que son las 12 y
empezó el nuevo año. Brindamos, las parejas se besan —yo busco fuegos
artificiales en el cielo. La mujer de mi amigo reparte los regalos que ha
comprado amorosamente para todos, y seguimos charlando. Ahora el tema es la
convergencia de los poetas y los astrofísicos. El hijo tiene mucho que decir.
Todos le hacemos muchas preguntas, él contesta a todas con paciencia generosa:
¿qué significa que el Universo está hecho de cuerdas? ¿cómo, que el tiempo es
relativo —relativo a qué?, las fotos supercoloridas y magníficas de nebulosas,
galaxias y otras cosas que pueblan el Universo, ¿son simuladas por artistas o
veríamos realmente con nuestros ojos esas imágenes? Y así.
Mi amigo trae el I Ching. Haremos un rito. Uno por uno
escribe una pregunta en un papel y con su paciencia de gran rumiante mi amigo leerá
sentencias y dictámenes. A su esposa le salió La Liberación y todos aplaudimos.
Me distraigo. Pienso en los últimos minutos que estuvimos el día anterior con
mi ahora ex novia. Yo le dije: “observé a los chinos. Son mundanos en el amor.
A la hora de hacer una pareja evalúan la conveniencia. Eso me dio una
perspectiva nueva sobre nosotros. Comprendí que tenemos lo que hace falta para
construir algo sólido, fecundo y vital, como un viaje de toda una vida”. Ella
me respondió: “sí, pero vos no sos conveniente para mí”. En mi cabeza apareció
el “Kaboooooom!!!!” de los comics y el “GAME OVER” de los juegos electrónicos.
Comentamos las respuestas del I Ching, nos sacamos unas
fotos, estuvimos un poco en silencio y luego los chicos dijeron que se irían a
su casa. Yo fui con ellos para que me dejaran cerca de una fiesta en la calle.
Allí fui. No conocía a nadie.
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