Wang Wei y Li Bai son dos de los poetas chinos de todos los
tiempos más conocidos en Occidente.
Extrañamente, fueron contemporáneos absolutos. Uno nació en el
699 d.C., el otro en el 701; uno murió en 761, otro en 762.
Florecieron en la Dinastía Tang, acaso la más esplendorosa de la
historia de China, a la par de la Han.
Tuvo como sede la actual ciudad de Xi’An, cuyos intestinos conocí
hace unos meses. La grandeza inconmensurable que creó la antigua Chang’An aún
te deja sin consciencia.
De allí se creó la Ruta de la Seda. De ese viaje a China volví
convencido de que la Ruta de la Seda es una madre de las civilizaciones tanto china
como euroasiática.
De Xi’An partían los comerciantes a meterse en la Ruta de la
Seda hacia el Oeste. Muchos hacían la salida en barco por el río Wei, y se
había hecho tradición que los parientes arrancaran de las orillas varas de
sauce con las que hacían coronas. Era un momento de mucha tristeza, porque
muchos de los que se iban, no volvían.
Estas fueron las palabras con que Wang Wei entregó una de esas
coronas a un amigo:
Los aros de sauce
ofrecidos a los viajeros
Son verdes y frescos
Y yo brindo por tu
bienestar
Ya que partes hacia el
sol poniente
Y pronto formarás parte
del pasado
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