Está ese particular subgénero de líderes, que son los antilíderes.
Leo lo que dijo Pekerman de Román: “él es el antilíder porque nunca
asume posturas demagógicas (…) muere con su idea, es un antisistema en el
fútbol moderno. En una industria que se alimenta de la imagen, no es capaz de
sentirse cómodo.”
Recuerdo a Bonavena con actitudes que provocaban contra él la
ira de quienes lo seguían.
Recuerdo a Mohamed Alí escupiendo la cara del patriotismo
norteamericano.
A Maradona drogado despilfarrar todo.
Los hacía líderes subir los peldaños fatales de las escaleras
del final del túnel, del principio del cuadrilátero, hacia el Juicio Final.
Sabían que allí estarían solos.
"Te sacan hasta el banquito", dijo uno de ellos.
Claro que entre los amigos estaban aquellos que los
acompañaban, no dentro de la cancha o el ring, pero sí en las gradas, y aquellos que con su ausencia revelaban
su miseria vengativa —era fácil darles la espalda, los fans más rencorosos se
ponían felices de verlos derrotados.
Escribo esta reflexión para publicarla en mi blog Bitácora en Buenos Aires, donde comparto intimidades con mis amigos.
Al final de cada año, compilaba textos del blog y se los
entregaba impresos y anillados a mi mamá.
Era lectora por naturaleza. Los libros la hacían vivir.
Y me quería mucho. Ella era dragón y yo, tigre. Era una líder
para mí y yo era un líder para ella.
Murió el 18 de diciembre. No le entregué los textos del 2015.
Pero sigo escribiendo, para los amigos que quedan.
No sé si es posible, pero me gustaría muchísimo que quienes me acompañan sepan el profundo agradecimiento que siento por ellos.
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