El libro Confessions of
an economic hit man, de John Perkins, fue lanzado en el 2004 y estuvo en la
lista de los libros más vendidos del New York Times durante siete semanas.
Pertenece al género del complot, como la JFK de Oliver Stone y la
historia de Kurt Sonnenfeld sobre la destrucción de las Torres Gemelas.
Hace 20 años en una ciudad de la Patagonia yo estaba detrás
del historiador local —historiador no por formación académica sino por memorioso—,
quien me había contado que había descubierto la tumba de un jerarca nazi en
algún lugar de un camino desierto, como lo son todos en aquella parte del mundo.
Como no me atendía el teléfono, fui hasta su casa, toqué el
timbre, esperé un rato largo y finalmente entreabrió la puerta no más que el
ancho de su ojo, y me dijo “ahora no puedo, estoy con el Mosad acá dentro”. Yo
podría haber pensado que corría peligro y habría avisado a la policía, pero
estaba acostumbrado a que su mundo estaba hecho de grandes intrigas fuera de cualquier
trama oficial de poder. Me había dado precisiones de la vida de Hitler en el
lugar. Me explicó dónde había estado viviendo Eva Braun hasta el año anterior.
Pero si era un mentiroso incurable, ¿por qué quería entrevistarlo? Porque
invariablemente, en el cúmulo de fantasías extremas, siempre había algún dato “verdadero”,
o mejor dicho, que podía ser “registrado”, según los criterios del Poder Judicial.
Lo cual, por otra parte, no significa mucho.
Y es eso lo que está en juego, la verdad. Sabemos que el Poder
Judicial arma relatos. Relatos basados en pruebas, por supuesto, pero las pruebas
son validadas por el mismo sistema, y además, son utilizadas en función de un
relato. Con las mismas pruebas pueden armarse muchos relatos, incluso contradictorios entre sí. La verdad, de este modo, puede ser algo tan escurridizo como un pez sorprendido.
No necesariamente se llegará a ella por la manera de abordarlo del Poder
Judicial, y quizás sí se conozca a través de una trama de historias delirantes urdida
por un personaje de pueblo.
De hecho, cuando finalmente entrevisté al historiador, en la
larga historia que me contó, entre los agentes de la Mosad, Eva Braun, el
capitán enterrado y otra docena de personajes, soltó el nombre de un tal Erich Priebke,
a quien no le presté mayor atención hasta que unas semanas después apareció en
la televisión, protagonista de una noticia de enorme relevancia internacional.
Me quedé de una pieza. Si aquello era verdad, ¿por qué todo lo demás debía ser
mentira? Pero si todo fuera verdad, ¿por qué no era noticia, como era en ese
momento el caso Priebke?
El género del complot requiere que la historia
tenga verdad registrable por el sistema verificador dominante y a la vez, debe
proponer hechos que impactan por lo delirante e incluso alucinado, que podrían
cambiar la realidad pero no pueden ser comprobados.
Ha vuelto a circular una entrevista a Perkins. Cuesta creer que
Perkins haya sido un agente de una trama de corporaciones dueñas del mundo y
ahora sea un arrepentido. Todo parece demasiado simple para ser cierto. Sin
embargo, aceptándolo como una versión disparatada, en su poder de explicación sabemos
que expresa una verdad.
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