Los cartoneros se empezaron a instalar en una plaza de un
barrio de clase media. Inmediatamente los vecinos golpearon la puerta del Gobierno,
que mandó empleados a negociar.
Tardaron varios días en sacar a los cartoneros —que llegaban
desde un barrio muy pobre más allá de las fronteras de la ciudad.
Los vecinos quedaron muy disconformes con la actuación del
Gobierno. Lo que querían era que se sacaran a los usufruactadores del espacio
público de inmediato.
Qué se hiciera con ellos, no era tema de los vecinos. Devolverlos
a su lugar, meterlos presos, darles viviendas (lejos), desintegrarlos, en fin,
desaparecerlos.
Para eso el Gobierno cobra impuestos.
Sorprendernos o indignarnos porque el pus del nazismo es la
sustancia que comanda a la mayoría de la gente es perder el tiempo, la energía
y hacernos los nabos.
Si te la vienen a dar, te preparás y respondés.
Eventualmente, prendés fuego todo.
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