Está el poema en que Machado dice "quien habla solo
espera hablar a Dios un día". Yo cuando escribo, sin quererlo, espero que
exista alguien que lea lo que está más allá de lo que escribo. O espero que
exista un lector que pueda recibir lo que yo quiero decir, y no lo que se le
ocurre leer.
O sea, escribo en la esperanza de que habrá un lector de mí.
Una vez escribí un cuento, lo compartí, lo mandé a un par de
concursos, lo dejé un tiempo, años después pagué para que entrara en un libro
que tenía una selección de cuentos de varios autores. Y sólo cuando pasaron
muchos más años aún, alguien que encontró aquel libro en una mesa de saldos
repleta de libros largamente desahuciados, cargados de polvo viejo, leyó el
cuento y tuvo la extrañísima idea de mandarme un comentario.
Alguien había leído lo que soy.
Mientras leí el comentario sentí que yo estaba todo cagado y el
lector me desnudó, me tiró a un arroyo y ahí me tiró baldazos de agua con jabón
y me refregó con una escoba hasta que mi alma quedó nueva.
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