Me cuenta Graciela: "mi papá hace esas cosas sin decir
nada. Pero mientras trabaja, mientras fábrica zapatos a mano, uno por uno, él
piensa, piensa... cranea todo. Y le encanta. Le gusta lo que hace, pero me
parece que más le gusta pensar. Mandó hacer unas etiquetas para ponerle a los
zapatos que son increíbles. Las paga una fortuna, las trae de Irán o no sé
dónde, que tienen una técnica única. Las quiere porque son inalterables, dentro
de diez mil años van a estar igual. Están bordadas, selladas, no sé qué. El me
explicó todo el proceso de fabricación, que es complicadísimo. Le pregunté
'¿por qué tenés esa obsesión de las etiquetas?' y me dijo que él se imaginaba
alguien que había comprado unos zapatos suyos y que los zapatos duraban años y
años, que mientras los demás zapatos se le rompían, los de él estaban enteros,
sin roturas, sin haberse descosido y con la suela en buen estado. Imagina que
el dueño de los zapatos un día piensa '¿pero de dónde son estos zapatos
indestructibles?', los revisa y ahí encuentra la etiqueta, con el número de
teléfono y la dirección de la zapatería. 'Ese tipo vuelve a comprar mis
zapatos', dice'. Dice que esa etiqueta lo obliga a hacer zapatos
perfectos".
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