En una vida, Marcela, mamá soltera, abandona a su bebé en el
hospital porque tiene síndrome de Down. Nadie la puede culpar. Es muy pobre.
Sus padres la necesitan; el padre está enfermo, la madre no puede cuidarlo
sola, y ella tiene que salir a conseguir plata. Los días que hay mucha nieve le
cuesta salir. A veces la leña no alcanza y hace mucho frío en la casa. ¿Qué vida la daría? ¿Qué ropita le podría
comprar? Alguien la adoptará, estará bien.
Piensa que en un mundo paralelo las cosas podrían ser
diferentes. Se ve a sí misma con su nenita ya de tres años, en una estación de
tren. Es un día extrañamente dulce en medio de un invierno muy crudo. Marcela
le canta una canción y le aplaude el ritmo, las dos palmas contra una manito
que la nena deja en el aire. La nena tiene unos anteojos de marco rojo que ella
le compró. Termina la canción y Marcela la abraza muy fuerte, la envuelve con
el abrazo y apoya su cabeza contra su cabecita, tapada con una capucha, y la
nena se deja abrazar, feliz. Sólo conoce la felicidad.
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