Mis amigos a
quienes Bowie les afila la punta de los átomos y los deja en estado de sutileza
infinita son a quienes más respeto cuando se habla de rock.
Ellos no aceptan
jamás el rock mal tocado, mal cantado. El Pity Álvarez en general. Los alaridos
de Janis Joplin. El bajo de Sid Vicius. La desafinación de Santi de Él mató a
un policía motorizado.
Por otro lado, el
viejo medio drogado de la línea de tren Retiro-Tigre, medio drogado o medio
borracho, o mucho peor, que se hace el medio drogado o medio borracho, que está
verano o invierno medio desnudo tocando una guitarra con dos cuerdas, sin saber
jamás la letra, cayéndose, dándose contra los caños, las puertas del tren, los
respaldos de los asientos y ya no pidiendo porque sabe que es tan desastroso
que la gente quiere sólo que se vaya, ese semihumano me convence totalmente
cuando toca rock and roll.
Obvio que no pega
una nota, que escucharlo es doloroso, irritante, hartante. Pero es justamente
ese desastre lo que mantiene al rock vivo, el haber reventado, el haber nacido
afuera y volver afuera. Bowie es sublime, y llevó a la música donde nunca había
estado, pero sin esta sangre escupida no habría habido Bowie.
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