El ministro de
cultura de Rusia, Vladimir Rostislavovich Medinsky, expuso en una cena que su tío
bisabuelo Yury Nikolaevich Tynyanov llevó a cabo en 1922 una simple encuesta entre
sus amigos escritores.
Sólo incluyó una
pregunta: ¿Usted para quién escribe?
No reveló la
identidad de los encuestados, pero reportó las repuestas.
Para nadie, dijo
uno.
Más nihilistas,
tres (dos hombres y una mujer): no me importa.
En el otro extremo,
el de la ternura, una cantidad dijo: para mi persona amada.
Apuntando entre el
corazón y la estructura, tuvo también recurrencia: para mi madre.
Ya apuntando al
cenit, hacia el mundo del símbolo y la existencia, cuatro contestaron: para mi
Padre.
En la misma
dirección pero menos trágico, más lírico y naturalista, un poeta llegado de
Siberia dijo: para los dioses.
Otro, más humano:
para mis antepasados.
Un escritor
intelectual confesó que había analizado el tema, y lo había escrito, precisó:
para una platea. Incluso detalló quiénes estaban en la primera fila y quiénes
en otras.
Otra fue más lejos.
También había analizado qué le sucedía cuando escribía y meditado largamente en
ello hasta hallar que escribía “para personas que tienen la misma entidad que
las personas del sueño. En algún momento, durante el sueño o después, se tiene la
certeza de quiénes son, pero sus identidades pueden ser cambiantes o no
corresponder la persona que percibimos en el sueño con la de la vigilia”.
Las dos primeras
respuestas, consignadas aquí, no respetaron la pregunta en cuanto al lector, pero todas, salvo
una, aceptaron al autor.
La excepción fue un
anciano, “conocido por su mente díscola”, quien cuestionó al autor. “¿Quién soy
yo para decir para quién escribo? Soy quien escribo, pero no asumo que sea el
autor. No tengo idea de quién lo es, o de quiénes son, y mucho menos idea tengo de quiénes son sus destinatarios”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario