Un lector monumental que tuvimos en Argentina decía que en el momento en que el libro deja de atraparte, es una obligación ética no seguir leyéndolo. Que cualquier razón que se tuviera para persistir era una excusa. Que seguir leyéndolo era un insulto para el autor y para la literatura.
Quizás sacó la idea de otro genio, que entendió que salvo poquísimas excepciones, terminar un libro era un pacto miserable entre un escritor (que arrancaba el libro con una idea, pero que lo terminaba para cobrar) y un lector (que luego de leer las primeras páginas, que eran las que tenían corazón, continuaba leyendo para no desperdiciar el dinero que pagó por el libro).
El papá de una amiga extendió la máxima al cine: en cuanto la película se ponía aburrida, se levantaba y se iba.
El buen público de series hace lo mismo con las series.
Quizás sacó la idea de otro genio, que entendió que salvo poquísimas excepciones, terminar un libro era un pacto miserable entre un escritor (que arrancaba el libro con una idea, pero que lo terminaba para cobrar) y un lector (que luego de leer las primeras páginas, que eran las que tenían corazón, continuaba leyendo para no desperdiciar el dinero que pagó por el libro).
El papá de una amiga extendió la máxima al cine: en cuanto la película se ponía aburrida, se levantaba y se iba.
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