martes, 20 de agosto de 2019

El filósofo

No sé nada de su historia. Desde que paso por la esquina de Callao y Corrientes, hace décadas, está allí lustrando zapatos.
Cada vez que hablé con él esbozó un pensamiento.
No es que piense cosas originales, ni profundas.
Dice, por ejemplo: “La gente, cómo sale aunque haga frío”.
O dice: “Es muy difícil ganar la quiniela”.
O: “En el pasaje de abajo del Obelisco, lustra zapatos un enano. No hay problemas con que sea enano”.
Pienso que es un filósofo.
Un filósofo horrible, porque dice cosas del sentido común más vulgar.
Un mamarracho de filósofo, pero un filósofo.
Porque, ¿qué hace que una persona sea un filósofo?
¿La calidad, la dimensión de su pensamiento?
No.
¿La trascendencia de los temas que piensa?
Tampoco.
¿Su formación?
Menos.

Lo que convierte a una persona en filósofo es la vocación y la acción de hacerse preguntas sobre el mundo y ensayar pensamientos como respuestas.


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