Era una salvaje. Era alta y tenía una cabellera que era una parva de crenchas rubias hasta la cintura que debía pesar kilos, y jamás hacía caso, se reía a las carcajadas y era insolente y violenta. Juntos, nos potenciábamos y terminábamos haciendo cualquier cosa.
Y creo que yo siempre estuve enamorado de ella, pero ella no estaba enamorada de mí.
Siempre enamorado.
Aún hoy.
Cuando teníamos más de 60 años, me pregunté si no sería mejor que hubiésemos estado juntos.
Se lo dije.
— Nah —me respondió—. Somos amigos. Si nos hubiéramos puesto de novios, no habríamos hecho todo lo que hicimos.
Recordé tantas veces que me decía “haceme carpita”, para agacharse a mear en cualquier lugar, y comprendí que tenía razón.
— Melancólico —me dijo.
— Melancólica esta.
— Melancólica, Marcela.
— ¿Qué Marcela?
— Agachate y conocela, ¡jaaaaaaaaaaa, boludo!
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