Admiro de los perros cuánto les gusta jugar.
En la plaza, cuando veo que un perro va e invita a otro a jugar, me parece el principio del mundo.
A veces los juegos se caen hacia el aburrimiento.
O jugando a pelear uno se calienta de verdad.
O pasa algo exterior que interrumpe el juego.
No buscar el juego con otros me parece lo más triste que le puede pasar a una persona.
Casi tan triste como no aceptar el juego que otro propone.
Veo a la gente sola, o sentadita una al lado de la otra, juiciosamente, sin tocar a otra porque está prohibido, sin mirar a otra, y siento que son vidas perdidas.
En un cumpleaños de 15 una amiga me hizo ver cómo la banda de los chicos en un momento fueron dejando de bailar y empezaron a divertirse, jugaban, se perseguían, se empujaban, se seducían, y en otra parte del salón, donde estaban las mesas en lo oscuro, donde estábamos los grandes, también estaban las parejitas de novios. Estaban mortalmente aburridos, mustios y un poco rencorosos con los otros.
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