En el Universo ocurren eventos singulares.
Tienen un nombre.
¿Alguien me lo recuerda?
Bueno, tengo una amiga que tiene una energía singular.
No todas las energías son iguales.
Eso es evidente en ella, porque es muy notorio que su energía es diferente a todas las energías que yo conocí en mi vida.
Y no soy un jovencito.
Soy un sesentón.
El dato de mi edad es importante para este post.
Mi amiga tiene una energía tal que no solamente es mágica, sino que es portentosa.
Se diría que ya le dio varias vueltas al Universo, y que en cada vuelta gana tres millones de veces más energía.
Los otros días organizó en su casa un encuentro de gente que parece que ha recogido en sus viajes por las galaxias, por dentro de los agujeros negros, los anillos de los planetas con anillos y la luz infinita de los quásares.
Era gente de todos colores, todos artistas, astrólogos, poetas, adivinos, músicos, brujos.
A mí me invitó para que hablara del horóscopo de los chinos, algo que me gusta mucho hacer.
Yo estaba en la fiesta, bebiendo y demás, y de repente empecé a mirar alrededor y a notar algo que me descolocó.
Todas las personas, todas aquellas criaturas del esoterismo y la estética, eran muy, muy jóvenes.
Todos tenían edad de ser mis hijos, e incluso mis nietos.
(Nótese la diferencia de edad en que escribo sólo en masculinos, no escribo todes).
De repente me sentí no incómodo, sino raro.
Había una señorita con quien la charla me había resultado especialmente confortable, de signo Perro, que bien hubiera podido ser mi hija menor.
Pero la charla que habíamos tenido no era la de un padre y su hija.
Fui a buscar mi mochila y me retiré.
Al otro día le conté lo que había pasado a una amiga que es igual a Esther Díaz.
Le dije que había conversado con la chica bastante, y que seguramente hubiéramos seguido, si no me hubiera aparecido en la cabeza el tema de la edad.
Le dije que no me fui del lugar seguro de lo que hacía.
Le dije que aún no sabía si había hecho bien o mal en escaparme de la situación.
“Antes de pensar en las edades, sentí que éramos dos personas que hablaban, pero cuando hice la cuenta de cuántos años le llevaba a la chica, me sentí un viejo verde”.
“Tenés razón”, me dijo mi amiga. “Si hubieras charlado con alguien de tu edad, no habrías sido un viejo verde, pero con una chica, fuiste un degenerado”.
Todavía me quedo pensando.
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