martes, 12 de diciembre de 2023

La lombriz solitaria


Tuve un tío que se llamaba Tito.

Yo no sabía nada de él.

Murió a los 48 años, cuando yo era adolescente, y nunca supe qué pensaba de la vida, qué quería.

Sí recuerdo algo que escuché contar a mis padres y otros parientes en una reunión, cuando Tito estaba vivo. 

Contaban que había tenido la lombriz solitaria, y para sacársela, tomó en ayunas varios días leche con ajo.

No contaron cómo supo que tenía la lombriz solitaria.

Finalmente, una mañana la “expulsó” (así dijeron). 

La expulsó en un balde.

La lombriz era blanca igual que la leche y el ajo.

Empezó a salir y se retorcía, y no terminaba de salir.

Yo pregunté si era del tamaño de una lombriz, ya que se llamaba “lombriz”, y me dijeron que no, que era mucho más grande, como una víbora blanca.

Yo era chico, tendría cuatro o cinco años, cuando escuché esto.

La lombriz iba saliendo y se retorcía, y salía, poco a poco con el esfuerzo de Tito.

No terminaba de salir.

El balde se iba llenando con la lombriz.

En ese momento del relato yo me asombré mucho.

Iba saliendo despacio, pero salía más y más.

Llenó el balde.

Pensé en lo que pesa un balde lleno de algo, de agua, por ejemplo.

La cantidad de agua que entra.

La lombriz llenó el balde, viva, retorciéndose.

Y después rebalsó el balde.

No sé cuánto lo rebalsó, ahí ya no recuerdo más el relato. Siempre me distrajo mi imaginación.

Me quedé pensando que Tito tenía esa lombriz adentro de él, que estaba lleno de esa lombriz.

La lombriz le debía ocupar todo el interior de la panza, y quizás del pecho. Las piernas. Los brazos. Quizás andaba por adentro de su cabeza.

Me pregunté si yo también tendría algo vivo adentro, algo que no sé que es, pero que vive adentro de mí con su vida propia, comiendo, moviéndose, acomodándose, retorciéndose, durmiendo, viendo, escuchando, pensando sus cosas que yo no conozco.



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