Wang Zhao llorando en la vereda el 20 de diciembre de 2001 es parte de la liturgia navideña.
Liturgia navideña argentina es:
El aguinaldo, la caja de Navidad.
Los saqueos.
La fiesta de la familia, la alegría de los chicos, la esperanza de Argentina.
La oligarquía que saqueó todo, desde SOMISA, Aerolíneas Argentina, YPF, hasta los ahorros de la gente (y aquí está de nuevo, con los dientes afilados).
El vitel toné, el pan dulce, la sidra, el turrón, la comida “hipercalórica porque seguimos la costumbre del Hemisferio Norte, donde es invierno, una locura”.
La depresión.
Los inmigrantes que construyeron el país con su trabajo y quisieron una vida mejor para sus hijos.
La discusión de política en la mesa.
La Navidad norteamericana, Papá Noel, shopping centers, Coca-Cola, la dicha de consumir.
La negrada, ignorada como humanos por los oligarcas, aborrecida por la pusilánime clase media, castigada por todos, hambrientos en un país que rebalsa comida obscenamente.
Juntarnos, la felicidad de estar juntos, y el agujero de los que faltan.
El chino Wang Zhao vino a la Argentina a progresar. Acá se ganaba en dólares y en esa época en China era difícil salir adelante.
Los parientes lo ayudaron a poner un supermercado en Haedo.
Trabajó desde la madrugada hasta pasada la medianoche, sábados, domingos, feriados, sin vacaciones.
Se quiso hacer amigo de los argentinos. No conocía qué era la Navidad (aún en China no se conoce), pero aprendió que a los argentinos les encanta, y entonces como gesto de amistad, puso un arbolito, lo hizo decorar, con lucecitas.
Pocos años después Argentina le mostró cuán grave pueden ser sus ilusiones. El dólar fácil terminó en estado de sitio, muertos, presidente huyendo y saqueos.
Los clientes que criaban a sus hijos con la leche que le compraban, le saquearon el supermercado para poder comer.
Se le llevaron hasta el arbolito.
Le afanaron la Navidad.
Navidad es quilombo: fiesta y tragedia.
Navidad es quilombo porque es sinceramiento. Un peso no valía un dólar. Hay muertos. Para hacer felices a los niños y a nosotros, nos inventamos una mentira, Papá Noel.
Mi prima Susana, en la mesa navideña, me dijo:
— ¿Por qué me hablás así?
— Así, ¿cómo?
— Como si no fuéramos nosotros. Me careteás.
Era cierto.
Yo quería que fuéramos felices en Navidad. Quería que surgiera entre nosotros la dicha de las navidades de cuando éramos chicos.
No hay más aquella época, pero queda algo nuestro.
Ella me sacó la careta y vio mi cara de siempre.
Somos nosotros.
A lo mejor es poco, eso que somos nosotros. A lo mejor ya no tenemos muchas coincidencias. Su vida no me interesa, la mía no le interesa a ella, pensamos diferente, su ámbito no tiene nada que ver con el mío.
Pero aún así, hay algo.
Algo de verdad.
¿Hasta dónde llega eso que nos une?
¿Cuánto podemos confiar uno en el otro?
En Navidad se pueden repasar las relaciones y averiguar con quiénes uno tiene algo de verdad.
Con aquellos con quienes se descubre que se tiene algo, se puede averiguar qué es.
Saber qué tengo con Susana, luego de despejar toda fantasía.
Eso que no puede deshacerse.
Si se llega a descubrir que se tiene algo de verdad con alguien, entonces es posible dar sustancia a eso.
Sólo a eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario