martes, 3 de diciembre de 2024

La mirada en el zoom

 Hablame, pero no me hables.

Me mirarás a los ojos cuando me hablás, pero no mirarás qué me pasa, qué te responde, qué pienso de lo que decís, qué siento.

A lo mejor me mirarás, pero no me ves.

Por zoom las personas no pueden mirarse a los ojos una a la otra. 

Si les miras los ojos a alguien, esa persona ve que estás mirando a otro lugar, y si quieres decirle algo a los ojos, miras al vidrio circular de la cámara y no ves qué le pasa a la persona a la que le hablás.

Y a todo el mundo le parece perfectamente normal.

Todo el tiempo la gente se habla sin ver qué hay dentro del otro.

El diálogo requiere conocer qué es lo que le causa al otro lo que yo digo. Lo que digo responde a la reacción del otro. De otro modo es soliloquio.

No se crea algo entre dos. 

Cada uno baila solo, coge solo, piensa solo, habla solo.




Un cigarrillo

 La mujer iba por el pasillo del avión bufando, como si le molestara todo. Era petisa y casi esférica, y llevaba demasiados bártulos. Vestía sólo colores estridentes de papagayo, una Banda a verde que le aplastaba los cabellos teñidos de amarillo y lila, de aspecto grasoso e Indomable, y en los labios apretaba un cigarrillo.

Avanzaba trabajosamente, golpeándose contra los pasajeros, los asientos y las azafatas, como si rodara a los tumbos por el interior de un caño. Sin embargo, parte de su problematización era que la angustiaba molestar. No disfrutaba molestando, ni le daba lo mismo. Sentí que le habían civilizado; que era naturalmente turbulenta, lo que en inglés se dice trouble-maker, y que a fuerza de conflictos fue de algún modo aceptando que no debía perturbar tanto con su agitación y tropelía a todos cuántos tenía alrededor. De alguna manera había llegado a transigir con el mundo, de modo precario, pero voluntarioso de su parte, en causar una molestia mínima, estética, a cambio de no alterarlo todo. 


Quizás el mundo en su conjunto aceptaba este acuerdo. Pero era de esperar que apareciera alguien intransigente y rompiera el trato. 

Una azafata europea se detuvo ante la señora sentada, que respiraba trabajosamente y bufaba mientras devoraba entero algo parecido a un pan dulce, y le preguntó si eso que tenían los dedos era un cigarrillo.

La señora asintió con la cabeza.

— No puede encenderlo.

— ¡Claro! —exclamó la señora, expulsando algunas migas que salieron disparadas como pequeñas balas.

— Pero no puede llevar el cigarrillo.

— No voy a encenderlo.

— De todos modos. No está permitido.

— ¿Por qué? —preguntó la señora y vi cómo se esforzaba por mantener tras las rejas a su bestia, y preví que si no lograba reprimirla, lo que sucedería no sería agradable. 

— Son las reglas —insistió la azafata.

— ¿No hay nadie más en todo este avión que tenga cigarrillos?

— Sí, pero no se puede tener un cigarrillo en la mano.

La señora se había puesto roja del color de una mora y sus ojos se le iban saliendo desde el interior de sus cuencos, como dos huevos duros a punto de ser expulsados. 

— ¿¿Hay una regla que dice eso?? ¿¿Por qué no se puede llevar apagado??.

— Porque molesta a los demás pasajeros.

Todo estaba al borde. La señora vivía al borde, la azafata había llevado las cosas al borde.


Al fin la señora guardó el cigarrillo y la azafata se fue, con un aire triunfal sutilmente expresado en su eficiencia.

Unos minutos más tarde, la señora tenía nuevamente el cigarrillo entre sus labios.




domingo, 1 de diciembre de 2024

Cantar

Cantar bien es soltar cómo se sueltan las almas que guardamos secuestradas, 

para expresar algo tan fuerte 

y que tanto necesitamos expresar.

Liberamos esas almas, 

esas almas que eran nuestra vida, 

y las soltamos con entusiasmo y alegría. 





Suecia

 En el primer año de la facultad le dije a una amiga que nació en Argentina pero se crió en Suecia porque la dictadura, que yo quería vivir en Suecia porque los entiendo y me identifico con algo de ellos como no me sucede con ninguna otra gente.

Mi amiga se burló de mí.

— ¿Y qué sabés de Suecia, las películas de Bergman? —me dijo, y yo:
— Sí.

— ¿Qué más?

— Nada más.

— ¡Ja! Qué tarado.

Hoy le hubiera dicho que no debía subestimar mi perceptividad, pero en ese momento no podía articular ese pensamiento. Sin embargo, me quedé con que yo tenía razón porque no creo que se puede conocer mejor a una gente que a través de lo que hace un tipo como Bergman.

Aún pienso lo mismo.

Y aún estoy enamorado de esa chica.

Ojalá lea esto (aunque no creo que me recuerde, ni que esté en facebook, ni que recuerde aquella conversación, e incluso no estoy seguro de que aquella conversación realmente haya sucedido).

Pero quise vivir en Suecia.

Quiero.

No quiero ser eterno, pero quiero que mi alma sea eterna y que reencarne por lo menos hasta vivir las vidas que me habrán faltado vivir cuando muera como Gustavo, y que una vez reencarnada, recuerde todo lo que deseo en esta vida, mejor de lo que recuerdo ahora, que me olvido tantas cosas.