Cuando le respondí a una señora que colaboro con el Diario
Clarín, automáticamente soltó una parrafada incontenible de insultos,
indignaciones, reclamos y acusaciones contra el Gobierno.
Clarín y el Gobierno son en este momento archienemigos, en
una pelea que se parece a un pozo, dos pozos, que chupan toda la realidad.
Nadie puede quedar afuera de la polarización.
Los argumentos de la señora tenían todos serios problemas.
La lógica interna fallaba sonoramente, abundaban las tautologias,
sobreabundaban las afirmaciones emotivas. Me sorprendía de que, siendo la
señora una académica, ninguno de sus argumentos resistiera el más elemental
cuestionamiento.
Inferí que los argumentos del otro polo (en el cual estoy
plantado) no podían ser de mucho mejor calidad.
O algo peor: que la mala calidad fuera una consecuencia de
que en realidad no importa la calidad.
Esto sucedería si los contrincantes no debatieran. Si se
enfrentaran pero rehuyeran la discusión. “yo tengo razón y basta”.
Quizás los dos tengan razón en no discutir, pero
naturalmente los argumentos se abaratan y empobrecen hasta la miseria, y así se
desangra y socava la razón, que es un terreno común que permite el
entendimiento, y al fin se marchita quizás hasta el colapso, la inteligencia.