Mi tío Ricardo sabe arreglar todo.
Me parecía que hacía magia al ajustar unos tubitos de cobre, hacer un agujero grande en la pared, conectar cables, colocar en la pared soportes para empotrar una máquina enorme...
En un momento cualquiera, sin mirarme dijo:
"En el taller tenemos un perro chico que hace lo mismo que vos. Se sube arriba de la mesa (yo no estaba arriba de la mesa) y mira cada cosa que hago. Mueve la cabecita para acá, para allá. No se pierde nada".
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