Esto es lo que escribió una amiga esta mañana:
En el bar la acompañante
le lee al anciano el horóscopo del diario. Ella es de Capricornio y «vos sos de
Piscis, no Rober?», le pregunta. También le cuenta que «Macri se junta con
empresarios en China». Él, como respuesta a todo, ofrece un silencio dócil, sospecho
que fruto de la sordera. «Ah, mirá, esta está buena: Macri propone que los
jueces paguen ganacias. Como pagamos todos», agrega la acompañante con acento
provinciano.
Entusiasmado al leer lo que escribió mi amiga, sentado en un
banco en la vereda veo que viene un tuerto. Un ojo lo tiene celeste lechoso y
el otro muy entornado, como haciendo fuerza para ver por los dos. Va vestido
con ropa de trabajo, pantalón y camisa caqui y borceguíes negros con punta de
acero.
Lo sigo con la mirada. Quiero ver cómo anda, entre mucha
gente, tuerto.
Poco después de pasarme, un grandote también con ropa de
trabajo, igual, pero con un pulóver marrón, lo empuja y lo agarra desde el lado
del ojo tuerto.
El otro tambalea y se pone tenso, pero el grandote ya está a los gritos, con
mucho júbilo.
El tuerto empieza a reírse también y entonces hacen una
fiesta, gritándose cosas en un acento que no se entiende.
Cuando giran, en el momento en que yo me pregunto por el
chiste que le ha hecho el grandote de atacarlo por el lado ciego, veo que el
grandote también es tuerto.
Ellos siguen a las carcajadas. No me ven.
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