Yo decía que Lo
Yuao era un hombre pequeño, como a él le gustaba decir.
“Cuando tenía ocho
años mi país estaba invadido por los japoneses y la gente moría de hambre. Mi
abuela murió de hambre. Yo veía a la gente tirada por la calle, semidesnuda,
algunas estaban muertas, otras no sabías si aún estaban vivas. Y yo sobreviví
porque era tan pequeño que apenas necesitaba nada. Cualquier cosita que comía
me era suficiente. Era como un pajarito.”
Pero era mucho más
que pequeño, era infinitamente humilde.
Por eso es que
Camilo Sánchez lo amó.
Para Lo Yuao un
café era un tesoro.
Un trago de vino
era una fiesta que hacía durar mucho tiempo. Se mojaba los labios y disfrutaba
como si estuviera en el paraíso.
Era más feliz que
cualquier persona que conocí cuando Camilo lo llevaba en el auto. Pasear en el
viejo Peugeot de Camilo le reparaba aquellos años en que vió a su abuela morir
de hambre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario