Quizás algunos de
ustedes, mis amigas, amigos, recuerden que al morir, mi tío Lo Yuao dejó
pinturas y libros, que no siendo aprovechados por sus paisanos chinos, me
quedaron de herencia.
En San Marcos
Sierras descubrimos con Betty, dentro del monte silvestre, la formidable librería
Siempre es hoy. Ella le compró un
libro a una sobrina y yo no pude resistirme a comprar La cura por el agua.
San Marcos Sierra
es Hippie Nation, todas las creencias prohibidas por la Ciencia son celebradas
y automáticamente validadas. No es mi actitud, pero tampoco soy cerrado. No
creo en asuntos aparatosos ni en aparatos, pero sí creo en las cosas más
elementales: el aire, el frío, el calor, el metal, el tiempo, la respiración,
el ayuno, caminar, dormir, quedarse quieto. Y creo en el agua. Creo con estas
cosas simples se puede curar.
Mencioné a mi tío
Lo Yuao porque cuando estaba leyendo el libro sentado en una piedra en el río
San Marcos, con el agua pasado todo alrededor mío con la rapidez de dragones
volando, recordé que este era uno de los libros que él dejó.
— Estás en la prana pura —me señaló Betty, en el
momento en que leía que el agua que corre tiene prana, la “energía vital que está en el Universo”.
Lo que leía era
que debe beberse el agua con prana.
Para eso, debe evitarse el agua estancada, y si uno no tiene remedio, debe trasvasar
el agua de un recipiente a otro varias veces, hasta que aduiera prana.
Lo vengo haciendo
desde ese día y el resultado es muy sorprendente. El autor de La cura por el agua aclara amablemente
que puede usarse, en lugar del concepto de prana,
la idea de que el agua debe contener oxígeno, que es lo que se gana pasándolo
de un recipiente a otro. Lo cierto es que el agua así tratada se siente más
fresca, más viva y, cuando estoy muy sensible, siento una electricidad en la
lengua.
El libro es muy
viejo, de las últimas décadas del siglo XIX, y estoy seguro de que muchos de
ustedes saben de lo que estoy hablando.
En tanto, yo estoy
muy contento. No sé si esto me cura de algo, pero me maravilla.
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