Me encontré con un amigo de la primaria, Juan Delfedele. Mi
hermana Anita seguro lo recuerda. Charlamos con una confianza notable. Cuando
dejamos de vernos yo pensé que se haría tornero, o panadero, tal vez pondría
una imprenta. Se hizo artista. Escultor. Vive de las estatuas que le encargan y
de dar clases en escuelas.
“¿Quién hace algo por mí?”, me preguntó. “Sole, la menor de
mis hermanas. Siempre fui su héroe.
“Nadie más me favorece”.
Dijo que sólo ella piensa en él para él. Observa cómo está,
cómo va su vida, cómo está con su trabajo, con su pareja, con sus amigos, con
su salud. Dónde vive, cómo vive, su casa, el barrio. Le pregunta, lo escucha.
Si tiene problemas, le pregunta, hace lo posible por ayudarlo.
Evalúa sus cosas y hace cosas para que esté bien. Le festeja
el cumpleaños, le regala tickets de descuento, a veces cuando compra algo,
compra para él también.
“Lo hace porque es mi hermana. Pero no sólo porque es mi
hermana. Me quiere”.
Chupa lentamente el mate y filosofa: “hay personas que hacen
casi todo lo que hacen para sus hijos. Muchas porque son sus hijos. O sus
padres, porque están viejos, o enfermos. No tienen esa otra cosa que tiene
Sole”.
“¿Qué tiene?”, le pregunto.
“Favorecer más allá de lo que se supone, más allá de la
orden, del mandato familiar, marital, tribal, más allá de cualquier mandato.
Hacer algo por puro amor.”
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