Al principio de la vida de una persona, la percepción
está abierta 360º.
Todo es posible.
Percibe toda la realidad, el noúmeno, pero sin forma,
sin distinguir nada.
El proceso de formación de una persona es el de recortar
del absoluto perceptible, una realidad.
O sea, un recorte, una determinada configuración.
Es como el juego de mirar una mancha hasta que vemos
aparecer en ella algo distinguible, una africana, un perro, el rostro de
Jesucristo.
Esa realidad comienza con un amplio margen de ambigüedad,
un margen de que las cosas sean lo que se percibe o sean otras cosas, o de que
aparezcan cosas nuevas.
Con los años se va estrechando.
Cuando llegan a viejas, las personas ya no escuchan a
los demás porque todo se les hace conocido, nada nuevo pueden percibir.
Su percepción tiene la consistencia del acero.
La realidad se les ha empobrecido hasta ser un cuero
seco.
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