Luca daba miedo. Y era un amigo como un hermano. No reconocía el
poder de nadie sobre vos. Nadie podía decirle nada de vos. Si te tocaban, era
capaz de matar. Se reía mucho y era muy serio.
Algo había estallado en él.
Las gallinas caminaban lentamente, apoyando sus largos tres dedos contra
el piso, con sus ojos concentrados y fríos. Caminaban haciendo sonidos desde el
interior de sus cogotes, picoteando cositas en el piso, entre dos perros
marrones echados, en el pasillo entre las dos filas de bancos dentro de la
iglesia, llenos de gente, durante la misa, mientras el Padre Denis hablaba.
Siempre era así la misa en la parroquia de la Virgen Inmaculada, en
un barrio marginal de San José, adonde habían mandado parte de la gente que desalojaron
de la villa miseria que creció demasiado cerca del centro de la ciudad.
Los militares habían arrasado los ranchos de la villa con
topadoras. Era en la época de la dictadura, cuando el Padre Denis Fitzpatrick
aún no había llegado. Estaba en otra villa, del conurbano bonaerense. Desde que
se había ordenado como sacerdote prefirió los barrios de los pobres, en Beirut,
en Goya, en Rosario, en San Martín.
Ahora daba la misa en este barrio muy pobre, un poco rural. Quienes
cubrían los bancos no le entendían su español enrevesado, pero lo querían con
mucho cariño. Había conseguido que la iglesia reventara de gente en la misa del
domingo. Cuando llegara el momento de la misa en que los que estaban se
desearan paz, la solemnidad se rompería por completo, con todo el mundo saludándose
con todo el mundo y haciendo una larguísima fila para ir a darle un beso al
cura. Él había iniciado aquella costumbre, que terminó siendo más importante
que la comunión.
Hasta ese momento, los perros seguirían durmiendo, sacudiendo una
oreja para espantar una mosca, y las gallinas andarían por el pasillo entre los
bancos.
Esperé a que el Padre Denis saludara a todas las personas que
habían ido.
Nadie le pidió nada.
Al fin, cerró la puerta de la iglesia y nos metimos en un pasillo por
un costado hasta que llegamos a su habitación, de piso de tierra, sin ventana.
Había una cama, una repisa con demasiados libros, una mesa angosta y una silla.
Se sacó la sotana, la colgó en una percha de un clavo en la pared,
besó la cruz de la estola, salió y volvió con dos vasos. Vertió en ellos whisky
de una botella que había en el piso, me dio uno, brindamos y me pidió que me
sentara en la silla. En el lugar donde estaba la botella quedó una marca, con
dos bichos bolita.
Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Charlamos un rato largo. Le
conté que había muerto Luca.
Miró el piso.
Nos quedamos un rato en silencio.
Yo lloré.
"Brilló intensamente, más de lo que cualquier hombre puede
brillar en 80 años", me dijo en inglés. "No estés triste por él,
porque brilló intensamente".
Me preguntó si yo estaba con él cuando murió.
Luego le pregunté por sus cosas, "me dijeron que anduvo
haciéndole lío al intendente".
"Es un fascineroso. El jefe de los prostíbulos".
Me relató el trabajo de los últimos dos meses contra la
prostitución.
Entonces hizo silencio.
Estudió un rato el escaso resto de líquido en el fondo de su vaso
vacío y volvió a llenar los vasos con un gesto que tenía algo de bestial, como
si quiera terminar con la botella o estuviera enojado y ya no le importara
nada.
"Hace unos días tuve un estallido", dijo luego de beber
un largo trago. Y repitió "un estallido" —"a burst", dijo, en
inglés.
No entendí por qué me decía eso de repente. Traté de comprender,
pero sólo escuchaba en la cabeza una frase de Luca, "I’m bursting over the
ocean", una y otra vez, Luca cantándola, gritándola.
"A burst", repitió Denis.
Entonces comprendí que quería confesarse. Me estaba pidiendo que
escuchara su confesión.
Igual que Luca, no respetaba las reglas. Sólo hacía lo que le
parecía, y siempre eso terminaba muy bien, siempre resultaba que era lo
correcto.
Me contó lo que había hecho.
No dije nada.
Se tapó un rato la cara con las manos.
Cuando se recompuso le pedí que rezara por Luca.
"Claro, claro", me dijo.
Esa fue la última vez que lo vi.
Aún no entiendo por qué se fue Luca. Se hubiera reído si hubiera
visto las gallinas en la misa.
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