Vamos a sentir la brutalidad más cruda en unos sujetos. Elegimos
hombres, marineros. Panzones. Sucios. Degenerados. Los hacemos dormir, los
hacemos beber cerveza hasta reventar, comer pescado y eructar, mientras se
suben la bragueta tambaleándose. Los hacemos cantar borrachos y los hacemos bailar.
Los ponemos con putas, a quienes les refriegan sus panzas mientras bailan. Humanidades
bestiales, cuerpos groseros, la tosquedad más desagradable, en un estado que ha
sepultado cualquier atisbo de conciencia. Son la más oscura animalidad.
Pero ¿por qué? ¿Por qué han caído a ese estado mugriento,
repugnante? ¿Y por qué Jacques Brel le hace una canción a esa pesada inmundicia?
Esos monstruos compran con una moneda la virtud de las “damas”,
y ven cómo otros compran sus “bonitos cuerpos”.
“Damas” de “bonitos cuerpos”, dice Jacques Brel en la
canción Amsterdam, y habla desde la abombada consciencia de los atroces marineros.
¿Por qué el sarcasmo? Porque esos brutos pueden soportar
todo, pero quizás no terminen de digerir que esas chicas, esas señoras, tengan
que someterse al horrible engendro en que ellos se han convertido.
En una canción la letra sin la música y la música sin la
letra deberían perder el sentido que han atrapado formando una sola cosa.
Les dejo la letra de Amsterdam, pero verán que leída como
un poema es anodina, a lo sumo costumbrista, pero cuando la canta Brel, todo se
entiende.
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