Observo a mi hijo cómo habla por teléfono.
Tiene el celular en el bolsillo, conectado a sus oídos
con auriculares, de modo que tiene manos libres, pies libres, cuerpo libre.
Como es inquieto, mientras habla hace cosas.
Hace igual que yo. Incluso las mismas cosas: se pone a
barrer, acomoda libros en la biblioteca, lava los platos, dibuja.
Son actividades gestuales, tics, nada más que moverse
porque no se puede estar sereno.
Menos, si quien le habla está largando su propio rollo.
Cuanto menos le hablan a él, más actividades hace.
A veces simplemente camina. Claro que caminar no lo
distrae de escuchar. Es baterista, puede hacer varias cosas al mismo tiempo.
Pero si la persona con la que habla se pone muy densa con
un soliloquio, eso empuja a mi hijo a la distracción.
Pasará de acomodar los libros físicamente para que queden
alineados, a poner en su lugar uno que estaba en un sitio equivocado, luego a
leer las tapas y finalmente tomará un libro y se pondrá a leerlo.
El interlocutor posiblemente note esto, e incluso alguno
se enojará.
“¿Me escuchás o estás haciendo otra cosa?”
“¡Te escucho, te escucho!”, se apura a decir mi hijo
mientras cierra el libro de un golpe.
Quizás se distrajo más de la cuenta.
Pero si la conversación hubiera sido más diálogo, no se
habría puesto a leer, ponele, unos poemas de Peter Handke
Menos, como hizo hoy, se habría puesto a escribir esto.
Los dejo, mi amiga Daniela creo que escuchó el ruidito de
mis dedos contra el teclado.
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