En el comedor, Clara deja la cartera y un paraguas sobre una silla y se sienta a comer junto a Chong, en un lugar que estaba dispuesto para ella, esperándola, con la silla y el cubierto vacíos. María le trae algo de la cocina y ella le dice “gracias”, mientras se sirve comida de una fuente. Chong le sirve vino.
No se ha quitado la campera que traía de la calle. Está
envuelta en un aire de dicha luminosa, ajena al silencio y el clima taciturno
del comedor. Se sienta y antes de empezar a comer, se larga a hablar de las
cirugías en las que participó. Las relata con el entusiasmo con que se cuenta
una película en la que uno se siente parte de lo que sucede, identificándose
con el protagonista, sintiendo sus temores, sus alegrías, comprendiendo.
Los demás siguen el relato cada vez con más atención. Van
dejando de comer para escucharla.
— Operamos del corazón a un hombre tan grande que,
acostado, su pecho quedaba altísimo y el doctor Aiello tuvo que mandar a buscar
una plataforma para subirse arriba. Estuvimos más de cuatro horas. Aiello
sudaba a mares, tenía una enfermera sólo para que le secara el sudor. Y cuando
dio la última puntada de la costura, el hombre va y hace un paro. Aiello, a las
puteadas, decidió volver a abrirlo entero —yo ¡zzzzzzzzzác! con la tijera
cortándole todos los puntos— y él le masajeó el corazón con la mano.
Este es un fragmento de mi última novela, que se publicará
el año que viene.
En la vida real, Clara es mi madre.
Estos días tengo la suerte de sentir que vivo una aventura
leyendo un libro.
“Cuerpos y almas”, una novela que me recomendó mi mamá
cuando yo tenía ocho años. Cuenta historias en la Facultad de Medicina de Angers,
Francia.
Lo agarro ahora, 60 años más tarde.
Tengo un ejemplar que alguna vez compré y es una pieza
arqueológica.
El papel se me va deshaciendo, muchas páginas que leo se
caen, y yo estoy apasionado con todo lo que pasa y lo que piensan los médicos,
ayudantes, estudiantes, enfermeros y pacientes.
Son páginas marrones, antiguos pergaminos, con letras
microscópicas de mala tinta que se han borrado y apenas se ven.
Tiene más de 600 páginas.
Leyéndolo me doy cuenta de que muchas de las cosas que nos
contaba cuando volvía de operar en la clínica eran cosas que leía en ese libro.
El libro le daba alma a lo que hacía.
Hermosa tu madre! Me identifica...es la forma de vivir el cristianismo!
ResponderEliminarApasionadamente
Sí, cierto. Gracias por tu comentario.
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