Hay de Robespierre y de D’Anton.
Los de Robespierre le hacen con un cuchillo una cruz en la frente al que no es puro, casto, intachable, bastión de la conducta irreprochable, jamás una mentira, una mano en la lata, una agachada, una infidencia.
Los que le dejan la cicatriz para siempre son todos perfectos.
Desde el moralismo acusan sin piedad públicamente al pecador, entre todos lo condenan como traidor y cerdo capitalista, los fusilan o lo expulsan del partido y lo consideran el peor enemigo, mucho peor que el imperio y los explotadores de la sociedad.
Luego están los de D’Anton, panza de vino, que hacen la porquería con un camarada, el marido la descubre y se arma bardo; gente que tiene demasiados defectos, que por biografía tiene un prontuario. Gente que no dice “la gente” porque la gente son ellos. Gente que no dice “bajaron del ministerio” porque saben que los del ministerio también se mandan alguna, igual que ellos. Gente medio impresentable.
De estos son los que se reúnen en una vez por semana e invitan a otros réprobos, a ver si juntándose sale algo.
Lo único que hacen es no dividirse, porque divididos, el algoritmo las rompe el asterisco y Milei Presidente 2025.
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