Una chica, loca y bella como un hada que pasa zumbando,
transparente y de carne de mujer, chispeante, brillante, levantisca; una chica,
digo, que vive en la última punta de la lapicera cuando se apoya contra el
papel para escribir. La tensión de su vida es la presión sobre la bolita que al
irse hacia adentro, deja salir la tinta, todo esto mientras se escribe rápido,
línea tras línea, página a página. No tiene otra vida que esa, y esa vida es un
remolino de tormentas planetarias, tropillas masivas de caballos corriendo por
el desierto, nubes de galaxias que enceguece mirarlas. Su vida son novelas, una
tras otra, tras otra, tras otra, mientras va en el subte, mientras escucha los
chimentos de una amiga, mientras ve dos chicos entrando a una iglesia, mientras
besa, mientras lee.
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