El cura FitzPatrick fue mi confesor. Me decía, cuando estaba
internado en el hospital: "nunca sentí realmente aquello de encomendarle a
Dios mi espíritu. A tu edad temía morir. Luego temí morir y sufrir. Ahora ya no
temo a la muerte, sólo rezo por no sufrir. Ya taché la generala doble, si no
tengo un golpe de suerte y me llevan rápido, deberé trabajar para tachar la
generala. Duelo, pero no hay otro remedio".
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