sábado, 29 de noviembre de 2014

Ifigenia y Orestes


Orestes se aventura hasta Áulide para rescatar de la barbarie a su hermana Ifigenia, quien ha ido a parar allí y se ha convertido en una sacerdotisa pagana, porque el padre de ambos intentó prenderla fuego para ganar el favor de los dioses.


ORESTES

¿Qué me acusas, ojos de arcilla?
Frentes hacia abajo, ¡qué sabéis
de levantar con piedras y palabras
un sueño que reviente los ojos de los dioses!

otra simiente de naturaleza,
hija pura y radiosa del humano deseo,
oro de eternidad, diamante pleno
labrado en los martillos
impecables del corazón!

He aquí que te encuentro muerta y viva,
sacrificada y sacrificadora.


IFIGENIA

¡Pajarillo cazado entre palabras!

Llévate entre las manos, cogidas con tu ingenio,
estas dos conchas huecas de palabras: ¡No quiero!

¿A qué viniste, di?
¿Para que siga hirviendo en mis entrañas
la culpa de Micenas, y mi leche
críe dragones y amamante incestos;
y salgan maldiciones de mi techo
resecando los campos de labranza,
y a mi paso la peste se difunda,
mueran los toros y se esconda la luna?
¿En busca mía, para que conciba
nuevos horrores mi carne enemiga?
¿Para que aborten las madres a mi paso,
y para que, al olor de la nieta de Tántalo,
los frutos y las aguas huyan de mi contagio?






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