Le resulta obvio hasta al más distraído de los
australopitecinos que las palabras son en contexto.
Que la sobregesticulación de un calabrés define las palabras
que pronuncia.
Que la expresión en el rostro de un español condiciona
pesadamente cada cosa que dice.
Que el volumen de la voz que usa un caribeño crea el
escenario para que sus palabras vuelen.
Etcétera.
Obvio.
Y entonces, ¿a qué viene este empeño de intentar estudiar un
idioma leyendo sus palabras garabateadas en papeles —a lo sumo, con alguien que
ejemplifica cómo se pronuncia y explica su sintaxis?
Un chino habla con una máscara de impasibilidad y unos ojos de
semblante tan inalterable como el acero; ¿qué valor da ello a su discurso?
Se me hace muy difícil la aventura de enseñar un idioma sin
haber transitado esta cuestión.