martes, 22 de enero de 2019

Ruinas de Epecuén

Estas fotos son del lago de Epecuén.
En sus orillas hubo una villa balnearia que tuvo 1500 personas.
El lecho es una salina. Las aguas del lago subieron nueve metros en un solo día y la villa entera quedó sumergida, como ocurrió con la Atlántida, sólo que esto ocurrió en el Año del Conejo de 1985. 
En 2005 las aguas habían bajado y podía constatarse que las cosas se habían curado con la sal.
Los árboles estaban intactos en su forma y estaban blancos como todo.
Eran como ruinas romanas de anteayer. Encontré un autito de juguete blanco, una palangana de plástico blanca con una máquina de afeitar descartable blanca sobre una silla blanca; un cuadro blanco, un cepillo de dientes blanco.
Es un lugar que parece el sueño que un indio soñó mucho antes de que llegaran los argentinos a matar a su raza, secuestrar sus mujeres e hijos e incendiar la toldería al lado del agua salada.
Hoy las casas de la villa fueron demolidas. Lo que las aguas del lago preservaron milagrosamente, los intendentes y gobernadores mandaron tirar abajo con topadoras.
Queda en pie el magnífico, irreal edificio del Matadero, obra de arte de un arquitecto loco y genial. Sólo su fama y su tamaño explican que no lo hayan derribado.
Todo lo demás son tristes escombros inertes.
También están cortando los árboles blancos.
Han hecho un balneario, con un bar del que sale sin parar una música caribeña a un volumen enloquecedor que ahuyenta a todos los seres, vivos y muertos, de un kilómetro a la redonda.
A todos, salvo a los veraneantes de hoy. Algunos ensayan el ritmo moviendo sugestivamente la pelvis.













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