Si yo viviera en otro país moriría por un sándwich de
milanesa.
Es más, acá mismo muero por un sándwich de milanesa.
No puedo expresar lo feliz que soy cada vez que se me antoja
y me como un sándwich de milanesa.
Estaba aquel poeta chino que decía que cuando iba en su
canoa, solo flotando en el agua mansa a la noche, y acercaba el pocillo de
pocillo de té a sus labios, estaba en el paraíso; bueno, a mí me pasa lo mismo
cuando me ponen adelante, en el bar Roma, un generoso sándwich de milanesa
hecho con pan francés, con el borde de la milanesa asomando, brillante,
demostrando que recién la sacaron de la sartén.
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