Fede sabía que Liana jugaba heavy con su marido, Emanuel.
Liana era su prima y desde chicos eran muy compinches.
Una noche que cenaban solos le deslizó que con Emanuel se
entretenían con juegos. No dijo más que eso, y Fede no preguntó, pero quedó
turbado. Por un lado, quería saber y por otro pensar en aquello le causaba
horror.
Luego, con el tiempo ella le fue contando más. Que usaban
juguetes. Que lo hacían dónde los pudieran descubrir. Que miraban películas
porno. Que intercambiaban cámaras con otras parejas por Internet. Que invitaron
a un amigo de Emanuel. Que contrataron a una chica. Que estuvieron en grupo.
De modo que cuando Liana lo llamó llorando y le contó lo que
había pasado, Fede quedó (una vez más) perplejo, porque aquello le parecía la
mar de inocente.
Liana estaba jugando con Emanuel a que eran otras personas y
ella le pidió que fuera Fede.
— Fede, ¿yo?
— Sí.
— ¡Ja!
— No, no te riás, estúpido.
— Pero Liana, no entiendo que estés mal por eso. Después de
las cosas que me contaste, esto es un juego de niños...
— Sí, pero se lo tomó muy mal. Se enfureció, me pegó, y hoy
me dijo que me fuera de casa. Si sabe que estoy con vos me mata. ¡Nos mata!
Tenés que protegerme.
— Pero ¿por qué tengo que protegerte yo?
— ¡Porque te nombré a vos! Y porque ahora vine para acá.
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